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jueves, 7 de noviembre de 2013

Sobre EL AFLUENTE de Eduardo Piras, por Genoveva Arcaute


Texto de presentación de El Afluente de Eduardo Piras

 

  Roland Barthes escribió un extenso ensayo –en rigor transcripción de seminarios- llamado La preparación de la novela, que comienza con la atrabiliaria idea de pensar la novela a escribir a partir de un haiku. De la extrema brevedad de las diecisiete sílabas –aunque él redefina el haiku y lo considere según el gusto occidental- a la máxima extensión de, por ejemplo, la obra de Proust. Más allá de que el juego resulta increíblemente exitoso y amena la lectura del bodoque, nos interesan tres paginitas del final, una especie de conclusión sucinta donde describe en tres características fundamentales cómo ha de ser ese libro a escribir. Vale aplicar esta receta, post scriptum, a El Afluente, para demostrar que realiza esa perfección, ese ideal que piensa Barthes para cuando escriba una novela, cosa que nunca hizo, pero también para la novela que querría leer. Propone un lector activo pero también un escritor consciente de lo que hace.

En primer lugar el texto debe ser simple. No se trata de la simplicidad del Universal Reportaje, aclaramos, la platitud, la unidimensionalidad, la puerilidad de lenguaje que a menudo define algunos textos bien vendidos, sino la del Texto Superior, la que corona un proceso muy complejo y se transforma en un punto de arribo, de conquista, de logro. En tal sentido son simples Pedro Páramo o El Quijote. Esto hace legible al texto y esa legibilidad –según B.- es tan concreta y verificable que cumple tres requisitos a su vez: una armazón interna decidida y definida, dibujo, esquema, plot, con fuerza protensiva y necesaria. El relato, que subyace. En segundo lugar, un sistema de anáforas no deceptivo o decepcionante. Es decir, que aquello que aparece, las entidades presentes en el texto, no remitan a fantasmagorías confusas sino que todos los misterios o enigmas que el lector va encontrando, tengan una previa referencia rastreable. Por último recomienda reducir o excluir todo guiño, referencia, comilla borrada. Aquí se echa encima toda la posmodernidad enviciada de intertextos que sobrevino después de la escritura de este ensayo y que todavía cuela como procedimiento facilitador de la imaginación. Pero se agradece. Como también se agradece que el tema no sea tampoco la escritura, el escritor, la obra.

El Afluente es legible, entramos a un mundo reglado y ordenado, desconcertante, pero nunca farragoso. En la transparencia está su misterio. Atrae el tren, valga el juego de consonantes, conocido por todos, pero aquí transformado en un arca que contiene plantaciones, centros de salud, prisiones. Con reticencia permite significantes levemente desviados: indicios, comunicantes y el rotundo corzilitos, con ecos semánticos lejanos.

 

En segundo lugar, Barthes requiere para su novela ideal la filiación, debe ser filial. Cita a Nietzsche: nada bello hay sin linaje, y se planta frente a la deconstrucción derrideana. Usa el término deslizamiento, no deconstruir, no arrasar, no hay madurez occidental para eso, propone deslizar, correrse de lo hecho a lo no hecho dejando una estela que conecta, que delata. Y corrige.

El Afluente es claramente pariente de Kafka – La Metamorfosis,  El proceso, La Colonia Penitenciaria- y así es, seguramente por la brutalidad con que aparecemos a bordo, por la sutil perversidad del orden constituido, pero falta la gravedad sin grietas –y aquí el deslizamiento- o aparece una atenuación del drama que avanza en la genealogía hasta Levrero, cuyos extraviados regresan, fuman, y circulan en mundos enrarecidos hasta por ahí nomás, banalidad de banalidades. De todas formas, y haciendo valer estas distancias, se dice que Kafka anuncia el nazismo, la opresión stalinista, la prisión sádica del sXX.

¿Qué anuncia El Afluente, aquí y ahora?

Armando estas genealogías seguimos con el perfil de Julio, el protagonista. Se nos aparece ligado a Montag. Ambos arrancan con el presagio, la sed, la inminencia de un cambio. Un viento remarcable en M. unos días de sosiego laboral y un silbido, natural en un tren pero audible, subrayando la conducta de Julio. Pero, y aquí la divergencia, Montag avanza hacia el héroe, desde el anti, y la memoria esforzada, la distracción y dispersión mentales son los enemigos que vence. Julio se confunde, embrolla, se encapricha, manipula a los esbirros suaves que lo detienen. ¿Llega al héroe?

Tampoco podría afirmarse que esto es literatura fantástica, casi no hay narremas supranaturales, hay lógica en la desintegración –una de las claves, parece- de la encomienda, la ropa, el piso del camarote. Ni ciencia ficción, más bien hay una ficción retro, un mix muy cinematográfico, que saca del tiempo presente con una sugerente combinación de épocas. ¿Qué mas vintage que el tren?

En el orden de lo filial Piras recupera un procedimiento siempre eficaz en la narración de personajes que interpela al lector alerta. El recurso al doppelganger, a la duplicación de este y aquel, a la sutileza y a la ambigüedad, a la opacidad de dónde encontrar la clave. Lo dice alguien que está sumergida en el Quinteto de Avignon, maraña apasionante de dobles. Pero también acá El Afluente desquicia lo sabido, los colores de la ropa, la multitud replicada desliza hacia otros significados.

Finalmente B. pretende que la obra a leer sea deseable. Ubica al deseo como el ser mismo de la dicha, más que el placer y el goce. Y el deseo depositado en el libro es deseo de lenguaje, el francés, para él, el castellano para nosotros. Y es la literatura la que instala la nobleza del deseo que es la categoría de la Estética. El artista, entonces es el portador de una fuerza irreductible, un tipo absoluto. 

 

El Afluente ofrece, más que premoniciones, registro lúcido de un estado de cosas: Un ciudadano transgresor sin quererlo, un empleado ocioso que se desquicia levemente y desbarranca memoria, atención, capacidad de decisión, un arrestado que cierra la puerta por dentro y se niega a salir, un carcelero que hace mandados, un amor que es simulacro, un oprimido que duda entre pertenecer al bando de los jefes o al de los empleados –sensaciones sumamente familiares nos asaltan-  y sobre todo una afirmación lapidaria: la libertad es una alucinación del sometimiento.

¡Hachazo al mar helado que llevamos dentro!

 

G. Arcaute

domingo, 11 de agosto de 2013

EL SEXTO
En setiembre lo presentamos en Necochea y Tandil. En breve empieza a distribuirse por librerías.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Jueves, Viernes y Sábado (27 a 29 de setiembre) estaremos en el PREMICA en el TEATRO ARGENTINO de La Plata.

miércoles, 19 de septiembre de 2012